El olor a incienso ambientando el aula, la música acertada y trabajando algunas nociones buscando el fin de relajar a los alumnos, lograremos el objetivo de esta actividad.
Hoy nos hemos dividido en dos
grupos: el primero se ha sentado en un círculo pequeño de
sillas, con los ojos cerrados, mientras que, de fondo escuchábamos un tipo de música relajante, el otro grupo caminaban lentamente por detrás de los que se encontraban sentados. De vez en
cuando, se paraban para acariciar a los compañeros suavemente la cabeza y la espalda. Después, volvían a caminar, esta vez rozando a cada compañero con la mano al pasar.
Pasados quince minutos aproximadamente, se ha realizado el cambio de grupos, de manera que, el primer grupo era el encargado de realizar la tarea del segundo.
En conclusión, tras la puesta en común de sensaciones vividas en la sesión, hemos llegado a la idea de la importancia que tiene el ambiente, en especial la selección musical que hagamos de esta actividad. La música no debe sugerir ningún tipo de sentimiento porque provoca un desvío de la actividad, cuyo único fin es la relajación. La música zen o incluso algunas excepciones de música celta, en las que no predomine ningún instrumento ni, por supuesto, voz, pueden servir para esta actividad.
Una de las opciones que elegiría para llevar a cabo esta sesión sería: